RECORDANDO A NICANOR VILLALTA
Por Manuel Frías Pueyo
Heraldo de Aragón, 27 de enero de 1980
No quiero silenciar lo que don Nicanor Villalta fue para los fiteranos en época pasada. Quisiera plasmar en estas líneas aquellos días de gran alegría que guardo en mi memoria como los más entrañables recuerdos de mi niñez. Las fiestas populares, los festejos que se organizaban cuando venía el maestro Villalta.
El arrimo a Fitero fue a raíz de una cogida que tuvo el maestro en la plaza de toros de Bilbao. Convaleciente, vino a Fitero para tomar las aguas de sus baños.
Había por aquel entonces buenos elementos en Fitero. Merece destacar, sobre ellos, a don Alberto Pelairea, a la sazón administrador de los baños, y don Lorenzo Luis, compositor y director de la Banda Municipal de la localidad.
Entre todos ellos, autoridades a la cabeza, fue cuajando una amistad sin límites. Según se cuenta en nuestro pueblo, el año 1927 el maestro, como prueba de esa gran amistad y eficacia curativa de las aguas de los baños termales, queriendo probarse la correa, ofreció una corrida de toros a beneficio de los pobres y hospital de la villa. Que fue un éxito es algo fuera de duda en la memoria de todos los fiteranos que se lo pasaron en grande.
Como lo requería la circunstancia, tuvo su pasodoble propio con letra de don Alberto Pelairea y música del maestro Lorenzo Luis. He aquí las letrillas del pasodoble.
…
Fueron muchos los triunfos del maestro por las diversas plazas de España. El maestro, a partir de aquella estancia en Fitero, sabía que era mucho lo que había recibido en Fitero y sus baños, la acogida que se le había dado en casas de amigos y tertulias de cafés. En reconocimiento de la amistad prodigada a raudales después de cada corrida en la que actuaba como diestro, comunicaba por telegrama el éxito o fracaso que había tenido.
Los telegramas aparecían expuestos al público por bares y cafés. ¡Con que entusiasmo lo recuerdo!
Creo que fue allá por el año 31 cuando a Nicanor Villalta, en unas fiestas inolvidables, se le hizo hijo adoptivo de la villa. Se celebró una gran novillada en la plaza de toros del pueblo. En un pequeño descanso que se hizo a mitad de la novillada, salió el tío Maturrillo, con sus cien años a cuestas, a ponerle la medalla de la Beneficencia. Se planteó un problema, el tío Maturrillo no llegaba a ponerle la medalla al cuello del maestro. Se trajo una silla y el maestro lo subió a la misma para que pudiese cumplir el cometido. Un abrazo, lágrimas y ovaciones cerraron el festival. Diez años tenía yo por aquel entonces, lo recuerdo como si fuera ayer.
El tío Jemeles era otro de los mayores del pueblo, que nunca faltaba entre los acompañantes del maestro. Lo mismo Zacarías el Morrillos, que con sus anécdotas de sabor ribero, sus ricos y sabrosos calderetes regados con buen vino de la tierra, siempre servido en calabaza con canuta a modo de boina, sonrisa a flor de labios, diálogo fácil y ocurrente, hacía agradable la estancia del maestro entre los fiteranos.
Aunque chiquillo, yo también tuve acceso al maestro, siempre abierto a mayores y pequeños. Como fiterano le dedico este pequeño recuerdo desde estas líneas. No dudo que cuantos le han aplaudido en este mundo, todos aquellos a quienes tanto bien hiciste al pasar al Padre, te hayan vuelto a aplaudir y te hayan hecho un lugar especial y privilegiado junto a nuestra Virgen del Barda. Descanse en paz.
A nuestra Plaza de Toros
la elogian de verdad, en todas las ocasiones que se presentan, todos los
críticos taurinos de nuestra geografía: D. Emilio, en el Diario de Navarra;
D. Antonio Coronado, en el “Pensamiento”; Donato en “La Gaceta del Norte”.
La
llaman “Placita de tienta y bonita”, que no es poco. Hay que resaltar y elogiar
al Muy Ilustre Ayuntamiento, que no regatea en nada, con tal de tenerla a
punto, para esos piropos, como si se tratara de una chavala.
Pero
yo lo que quiero plasmar aquí, es el BANCO DE CARPINTERO, que para muchos pasa
desapercibido. Esa media hora o una, antes de la función, el ambigú se pone en
marcha y él es el que aguanta los vaivenes de todos los que estamos refrescando
o templando el “cuerpecillo”, para ver más animado el espectáculo. Los “Tinos”
de madera de los tiempos de prensa hacen buen papel para refrescar las bebidas.
Llegan
los torerillos tan limpios, tan bien peinados y muy serios. Como el sol se deja
caer bien, se cobijan a la sombra de la tapia del que fue de buen recuerdo, el
“Baile La Amistad”,
El
tono es de felicitaciones. Va subiendo también el tono de los del Banco, y, con
ganas de agradar, se va hacia los toreros con la cerveza o la copa: “¡Toma
majo”, que tengas suerte y esto te animará”.
Ellos,
para eso están, con sonrisa de preocupación, nos dicen: “No, gracias; para
luego”.
El
otro ángulo del patio, otros personajes se mueven. El empresario habla con unos
y con otros, pero pendiente de la puerta, con más pensamiento, con un ceño más
o menos cerrado.
El
último empujón es cuando viene la música. A éste, igual que a los toreros, van
gentes con la copa o cerveza; pero éste tampoco está para nada, solo está
pendiente de la taquilla. Y si ésta es buena, la sonrisa se hace más amplia y
acepta el envite.
Ya
se ven más claros en el “Banco”, pues el caballo del despejo ya ha entrado y
muchos cogen posiciones en la plaza. Otros, cuando entran las mulillas con el
primer astado, siguen fieles al coloquio fácil, aunque dicen: “Me voy a ver si
veo algo”. Otros, sin darse cuenta, allí ven la corrida.
En
la testa del Banco, el cuadro del tarugo para cepillar. Este hace de cenicero.
Todo va para abajo y, a veces, sale uno malo del calzado. Los que lo andamos y
el que lo lea, esbozará una sonrisa, al recordar este rato, tan castizo y
alegre. Todo termina. Allí queda el “Banco”, los “tinos”, todo recogido.
Anocheciendo,
se oyen las esquilas del ganado pastando en el ruedo. Quedan como testigos en
el patio las dos placas que, un día, como agradecimiento por sus simpatías, les
concedió a Nicanor Villalta y a Antonio Bienvenida, el pueblo de Fitero.
Siguen
las fiestas, y, a la otra tarde, seguirá en ebullición el patio de caballos,
haciendo su papel el mostrador del famoso Banco de Carpintero y sus protagonistas.
En
memoria de D. Alberto Pelairea y Garbayo. 1939-1989
Publicado en Diario de Navarra, 5 de mayo de 1989
Por
Manuel Frías Pueyo
Me
gustaría recordar, en este breve articulillo, la figura de D. Alberto Pelairea,
en el cincuenta aniversario de su muerte. Bilbaíno de nacimiento, tudelano de
adopción, moriría en Fitero un 17 de abril de 1939. Le faltaba un mes menos un
día para cumplir los 61 años.
D.
Manuel García Sesma, fiterano cien por cien, hizo, en su “Poemario Fitero”
(Pamplona, 1969), una breve síntesis de su biografía, así como una recopilación
de sus versos y escritos. D. Manuel nos va a dejar también, con sus 7 libros
sobre Fitero, una herencia cultural de indudable valor y categoría. ¡Cuánto
trabajo callado, cuántas horas metidas en archivos, tomando notas, poniéndolas
en orden…! La verdad es que hoy nos viene grande y no le damos importancia a
todo este esfuerzo, pero, en su día, estoy seguro, se la darán. Pasará como con
el vino que, al hacerse viejo, mejor paladar tiene para saborearlo.
Me
he ido, sin querer, de D. Alberto a D. Manuel, más los dos fueron buenos amigos
y tenían, no cabe duda, mucho en común.
El
día 17 de abril, cuando murió, cumplía yo 17 años, y el año de mi nacimiento,
1922, le hicieron a él Hijo Adoptivo de Fitero, leyendo unos versos que dedicó
a todo el pueblo con el corazón. Era un hombre simpático, inteligente, oportuno
y muy caritativo. Te hacía un verso sobre la marcha, “que te sacaba tal como
eras”. Sería curioso ver en un volumen reunida toda la obra que dejó escrita.
Escritos, tan sabrosos como chispeantes y llenos de vida, que fueron recogidos
y publicados, en aquel tiempo (1918-1925), por “La Voz de Navarra”, “Diario de
Navarra” y “Heraldo de Aragón”.
Me
acuerdo de verle jugando a pelota con su boina grande y negra, su camisa
blanca, sus zapatos negros, las gafas de moldura gruesa y, al dos por tres,
metiéndose la camisa dentro de los pantalones. Jugaban mucho con el “Mandurria”,
un pelotari escurridizo y fuerte además. En una ocasión, estando jugando los
dos, el “Mandurria” le sacó una pelota atrás, de suerte que, entre el efecto y
la fuerza que llevaba, le picó en el “choco” y D. Alberto ni la vio. La gente
la gozaba… Pero él se agachó rápidamente y, cogiendo media guindilla o un trozo
de pimiento, que había en el suelo, se volvió y dijo, mientras mostraba su
hallazgo>: “No iba a picar… ¡Mira!” Siempre fue oportuno y ocurrente.
Tenía
yo 16 años cuando hicimos, en el Teatro “Gayarre” de Fitero, una de sus obras: “La
hija del Santero”. Esta zarzuela se estrenó en Tudela en 1924, siendo la música
del maestro Tomás Jiménez. Más tarde, y con ocasión de su reestreno en Fitero,
fue el maestro D., José María Viscasillas quien le puso una nueva música.
Mientras ensayábamos, pues, subió a vernos cómo lo hacíamos y le pareció falta.
¡Qué movimientos tenía en escena, dándonos a cada uno lo que interpretábamos”
¡Era genial!
Habría
muchas más cosas que contar de él, pero terminaré con esta anécdota de su
cosecha. Ocurrió en los Baños, en donde estuvo de administrador durante 31
años. Este trabajo, además de realizarlo con brillantez, le iba como anillo al
dedo, dado su carácter.
Contaba,
con la gracia que le caracterizaba, que, una noche, llegó a los Baños un
francés. Le asignaron una habitación y, no se sabe por qué, el hombre, sintiéndose
indispuesto, tuvo que salir varias veces al servicio. Cada vez que salía veía
pasar a tres personas llevando a uno envuelto en una manta. Nuestro amigo
francés, que debía de ser la primera vez que se alojaba en un balneario, bajó a
pedir la cuenta, en cuanto amaneció, curado ya de sus males que le habían
aquejado aquella noche. Al preguntar que quienes eran aquellas personas que él
había visto por la noche, le aclararon que eran los que se bañaban y eran
conducidos, con posterioridad, a sudar el baño en la cama. A pesar der las
convincentes y lógicas explicaciones, el susto y las horas vividas no se las
quitó nadie al francés.
Descanse
en paz D. Alberto, con el recuerdo de todos, junto a su madre y su mujer Doña
Cecilia. En la tumba del cementerio de Fitero hay también una placa recuerdo de
Tudela, a cuya ciudad y a cuya patrona, Santa ana, tanto ensalzó.
Yo,
el día de Todos los Santos, le dejo en su tumba unas flores, como aquellas
enlutadas que recordaban a “Zalacaín el aventurero” de Pío Baroja.
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