En
memoria de D. Alberto Pelairea y Garbayo. 1939-1989
Publicado
en Diario de Navarra, 5 de mayo de 1989
Por
Manuel Frías Pueyo
Me
gustaría recordar, en este breve articulillo, la figura de D. Alberto Pelairea,
en el cincuenta aniversario de su muerte. Bilbaíno de nacimiento, tudelano de
adopción, moriría en Fitero un 17 de abril de 1939. Le faltaba un mes menos un
día para cumplir los 61 años.
D.
Manuel García Sesma, fiterano cien por cien, hizo, en su “Poemario Fitero”
(Pamplona, 1969), una breve síntesis de su biografía, así como una recopilación
de sus versos y escritos. D. Manuel nos va a dejar también, con sus 7 libros
sobre Fitero, una herencia cultural de indudable valor y categoría. ¡Cuánto
trabajo callado, cuántas horas metidas en archivos, tomando notas, poniéndolas
en orden…! La verdad es que hoy nos viene grande y no le damos importancia a
todo este esfuerzo, pero, en su día, estoy seguro, se la darán. Pasará como con
el vino que, al hacerse viejo, mejor paladar tiene para saborearlo.
Me
he ido, sin querer, de D. Alberto a D. Manuel, más los dos fueron buenos amigos
y tenían, no cabe duda, mucho en común.
El
día 17 de abril, cuando murió, cumplía yo 17 años, y el año de mi nacimiento,
1922, le hicieron a él Hijo Adoptivo de Fitero, leyendo unos versos que dedicó
a todo el pueblo con el corazón. Era un hombre simpático, inteligente, oportuno
y muy caritativo. Te hacía un verso sobre la marcha, “que te sacaba tal como
eras”. Sería curioso ver en un volumen reunida toda la obra que dejó escrita.
Escritos, tan sabrosos como chispeantes y llenos de vida, que fueron recogidos
y publicados, en aquel tiempo (1918-1925), por “La Voz de Navarra”, “Diario de
Navarra” y “Heraldo de Aragón”.
Me
acuerdo de verle jugando a pelota con su boina grande y negra, su camisa
blanca, sus zapatos negros, las gafas de moldura gruesa y, al dos por tres,
metiéndose la camisa dentro de los pantalones. Jugaban mucho con el “Mandurria”,
un pelotari escurridizo y fuerte además. En una ocasión, estando jugando los
dos, el “Mandurria” le sacó una pelota atrás, de suerte que, entre el efecto y
la fuerza que llevaba, le picó en el “choco” y D. Alberto ni la vio. La gente
la gozaba… Pero él se agachó rápidamente y, cogiendo media guindilla o un trozo
de pimiento, que había en el suelo, se volvió y dijo, mientras mostraba su
hallazgo>: “No iba a picar… ¡Mira!” Siempre fue oportuno y ocurrente.
Tenía
yo 16 años cuando hicimos, en el Teatro “Gayarre” de Fitero, una de sus obras: “La
hija del Santero”. Esta zarzuela se estrenó en Tudela en 1924, siendo la música
del maestro Tomás Jiménez. Más tarde, y con ocasión de su reestreno en Fitero,
fue el maestro D., José María Viscasillas quien le puso una nueva música.
Mientras ensayábamos, pues, subió a vernos cómo lo hacíamos y le pareció falta.
¡Qué movimientos tenía en escena, dándonos a cada uno lo que interpretábamos”
¡Era genial!
Habría
muchas más cosas que contar de él, pero terminaré con esta anécdota de su
cosecha. Ocurrió en los Baños, en donde estuvo de administrador durante 31
años. Este trabajo, además de realizarlo con brillantez, le iba como anillo al
dedo, dado su carácter.
Contaba,
con la gracia que le caracterizaba, que, una noche, llegó a los Baños un
francés. Le asignaron una habitación y, no se sabe por qué, el hombre, sintiéndose
indispuesto, tuvo que salir varias veces al servicio. Cada vez que salía veía
pasar a tres personas llevando a uno envuelto en una manta. Nuestro amigo
francés, que debía de ser la primera vez que se alojaba en un balneario, bajó a
pedir la cuenta, en cuanto amaneció, curado ya de sus males que le habían
aquejado aquella noche. Al preguntar que quienes eran aquellas personas que él
había visto por la noche, le aclararon que eran los que se bañaban y eran
conducidos, con posterioridad, a sudar el baño en la cama. A pesar der las
convincentes y lógicas explicaciones, el susto y las horas vividas no se las
quitó nadie al francés.
Descanse
en paz D. Alberto, con el recuerdo de todos, junto a su madre y su mujer Doña
Cecilia. En la tumba del cementerio de Fitero hay también una placa recuerdo de
Tudela, a cuya ciudad y a cuya patrona, Santa ana, tanto ensalzó.
Yo,
el día de Todos los Santos, le dejo en su tumba unas flores, como aquellas
enlutadas que recordaban a “Zalacaín el aventurero” de Pío Baroja.
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