Películas Fausto Palacios

 

 Las películas de Fausto Palacios Martínez


1ª Parte    2º Parte    3ª Parte


1916. Fernando Palacios Pelletier, Joaquina Martínez Labarga y sus cuatro hijos, Fernando (1868-1938) Isabel (Fitero, 1869), Luis (1895-1947), Fausto (1899-1974).



LAS PELÍCULAS DE FAUSTO PALACIOS MARTÍNEZ PELLETIER

Jesús Bozal Alfaro

Las Películas de Fausto Palacios conforman una serie de 5/6 carretes, rodados por Fausto Palacios Martínez Pelletier (1900-1975), alcalde de Fitero (1955-1967). A la sazón, Fausto Palacios era el propietario del cine Calatrava[1], antiguo Refectorio Nuevo del Monasterio Cisterciense, adquirido por el Ayuntamiento en 1980.

Las películas fueron rodadas por Fausto Palacios en Fitero y Madrid en los años 50 y 60. En 1981, las personas que coordinaban la Revista Fitero organizaron con gran éxito el pase de estas películas en el Cine Calatrava. En 1990, el Ayuntamiento de Fitero, presidido por Carmelo Aliaga, las editó en vídeo. Como fondo musical, se incluyó el Himno a Fitero interpretado por la Banda Municipal, dirigida por José Barea, y la voz de Susana Jiménez. La grabación se realizó en la parte posterior del escenario del Cine Calatrava.

 

LAS PELÍCULAS

 

Las películas de Fausto Palacios recrean las imágenes más emblemáticas de Fitero. D. Leonardo Hernández, en la carátula que realizó para el vídeo editado en 1990, pregunta: “¿Estás en ellas?” Porque, efectivamente, estas películas recogen la imagen de muchos fiteranos y fiteranas.

Las primeras imágenes están dedicadas a los Balnearios, tanto por fuera como por dentro. Su cascada espectacular, los dos edificios, los jardines, las estufas, los paisajes que lo rodean, clientes, clientas, administradores y empleados. Son tomas bien coordinadas, con el fin de poner de relieve uno de los establecimientos más importantes, a nivel económico y social, de la villa. No tarda, sin embargo, en fijar su atención en el Monasterio de Fitero, tan importante para los fiteranos como para el patrimonio histórico-cultural de Navarra.

Dentro de ese Monasterio, nos sorprende el Sr. Palacios con una procesión de Semana Santa dentro del Claustro bajo, en la que participan numerosas personas del pueblo. Las Fiestas Patronales y de San Raimundo ocupan un amplio espacio en estas películas. Son los momentos del año en los que la cámara recoge con especial mimo y esmero las caras, los gestos, las sonrisas y la alegría de tantos fiteranos. Comienza esta parte, de víspera, con la llegada del tren Soria-Castejón a la estación de La Nava. Desde el taxi, Fausto Palacios nos ofrece imágenes del pueblo desde Las Cuevas. Luego viene el reloj, marcando las doce, el volteo de campanas, los cohetes lanzados por el Señor Matías, El Bolo, la misa del Día de la Virgen de la Barda y el paseíllo hasta el Ayuntamiento. Aquel año, además, se inauguraron las esculturas que el mismo Fausto Palacios había realizado para el Humilladero. Y la procesión, con los balcones llenos, las filas repletas, la Virgen de la Barda, San Raimundo, la Virgen de Fátima, aquel año, las autoridades, la Banda Municipal delante de un habitual grupo de mujeres.

La segunda parte de la película evoca los festejos relacionados con la Plaza de Toros: desencajonamiento, vaquillas, encierros,... Y también: las cazuelillas, los partidos de pelota, el baile en el Casino, las barcas de la Plaza. Y otra corrida y otro encierro. Y las imágenes de todos los tendidos llenos de fiteranos y fiteranas en primer plano.

Una boda, un desfile y una procesión de Semana Santa en 1950 en Madrid ponen fin al segundo carrete. En el tercero, Fausto Palacios filma para nosotros una excursión a la Cueva de la Mora, una corrida de aficionados de Fitero, las imágenes de encierros multitudinarios, los almuerzos, y las carreras, pruebas, juegos que el Ayuntamiento organizaba para los fiteranos participantes. Y termina la película con la ceremonia de la consagración como obispo de Zelda (29 de octubre de 1950) de nuestro paisano José María García Lahiguera. Pero, antes, a modo de broche de oro, y en color, asistimos a sendas faenas de Antonio Bienvenida, probablemente el 15 de marzo de 1964.

Como concluye D. Leonardo Hernández su pequeño poema en la carátula del vídeo que se editó: “Fitero andando, Fitero vivo; movido al ojo, mudo al oído… Estos espacios… los filmó entonces FAUSTO PALACIOS[2].”

 

SEMBLANZA DE FAUSTO PALACIOS MARTÍNEZ, por Manuel García Sesma

 Fausto Palacios Martínez Pelletier[3], según la Enciclopedia Universal Ilustrada Espasa-Calpe, nació en Fitero, en 1899. Inclinado desde niño hacia la escultura, ingresó en 1912 en la Escuela Salesiana de Bellas Artes de Sarriá (Barcelona), de donde pasó a las aulas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) y por fin, al estudio del Maestro José Capuz. A los 17 años, hizo la primera estatua de San Raimundo de Fitero, conservada actualmente[4] en el claustro bajo de nuestra iglesia y que anteriormente adornó la entrada del Paseo de San Raimundo, siendo reemplazada, en este sitio, por la estatua actual del mismo Santo, obra también de don Fausto, la cual fue inaugurada en 1946. En su juventud, se distinguió por los retratos del Tío Rasera, de José María Huarte y de las señoritas Otermin y Onsalo.

Durante muchos años, dibujó las portadas de los programas de las Fiestas de la Virgen de la Barda; y desde mediados de 1955 a mediados de 1967, estuvo al frente de la Alcaldía de Fitero. Desde ella, realizó bastantes mejoras que merecen consignarse: en 1955, el partidor de las aguas de la Estación Hidrológica de la Nava; en 1956, los caballones de contención del río Alhama; en 1958, la construcción del Granero Nacional, en la carretera de Cintruénigo; en 1965-66, la pavimentación de bastantes calles del pueblo, ya con cemento, ya con riego asfáltico; la habilitación del Pantano del Pontigo, para aumentar el caudal de agua potable; la construcción del actual Grupo Escolar[5] y de las nuevas calles, con 36 viviendas protegidas, a la derecha de la carretera de Cintruénigo. Finalmente dio toda clase de facilidades para la instalación de dos fábricas que han revolucionado la vida de nuestro pueblo: la de conservas El Juncal, en 1961 y la de ropa de confección INITESA, en 1965.



[1] Ver Historia de nuestro cine, Alberto Llorente Jiménez (Revista Fitero 2018)

[3] Ver fotografía en la Revista Fitero-92: Festival taurino, 1916. R. F. G.

[4] Fue retirado, hace muchos años, de este lugar. Ver: Párrocos de Fitero, Revista Fitero-2002.

[5] Fue inaugurado en 1966 y ocupaba el extremo oriental del cuerpo meridional del antiguo Monasterio. Años más tarde, el 13 de septiembre de 1987, se inauguraba el nuevo Colegio Público “Juan de Palafox”. En 2001, el antiguo Grupo Escolar de la Plaza de San Raimundo fue remodelado para su uso como Centro de Día (Residencia) y Hogar del Jubilado. 



CONFERENCIA PARA LA REINAUGURACIÓN 

DEL TEATRO – CINE CALATRAVA

“EL REFECTORIO CONVENTUAL DEL SIGLO XVI Y SUS AVATARES”

Por Manuel G. Sesma

         Señoras y señores:

 

Por los Programas de las pasadas Fiestas de la Virgen de la Barda, pudieron enterarse ustedes de que el local en que nos encontramos reunidos, en estos momentos, fue primitivamente el refectorio o comedor de los monjes del Monasterio Cisterciense de nuestra Villa. Lo que ignoran seguramente es su historia, así como sus avatares o transformaciones posteriores, y es lo que vamos a relatarles abreviadamente.

Este recinto data de la segunda mitad del siglo XVI y su erección se debió a la iniciativa de Fr. Martín de Egüés y de Gante: un abad tudelano muy emprendedor, al estilo de los grandes señores del Renacimiento. Consta que la construcción de este refectorio se había ya comenzado en 1571; pero aun cuando el abad Egüés vivió diez años más, no logró verlo terminado. Ni tampoco sus efímeros sucesores inmediatos, Fr. Luis Alvarez de Solís y Fr. Marcos de Villalba, porque resulta que, al mismo tiempo, se estaban llevando a cabo otras grandes obras, tanto en la iglesia como en el convento; y esta fue la razón de que el nuevo comedor no se terminase por completo, hasta comienzos del siglo XVII, siendo abad Fr. Ignacio Fermín de Ibero.

Ignoramos los nombres de los canteros que levantaron estos fuertes muros de piedra, arrancada de las Peñas del Baño; pero sabemos los nombres de los artesanos que terminaron el refectorio e incluso lo que se les pagó por sus trabajos. En un contrato, firmado en el Monasterio, el 20 de febrero de 1604, por el abad, Fr. Ignacio Fermín de Ibero y el fabriquero Fr. Miguel Gil  (Se llamaba fabriquero al monje encargado del cuidado de la fábrica o edificio, tanto de la iglesia como del convento); contrato que hicieron con el arquitecto en madera, Esteban Ramos, vecino entonces de Rincón de Soto, se lee que este último se comprometió a realizar toda la obra de carpintería del nuevo comedor, para finales de agosto o comienzos de septiembre de dicho año. 

Efectivamente la realizó; y por su trabajo, le pagaron, a plazos, 450 ducados de a 2 reales en moneda de Navarra; es decir, unos 4.950 reales de plata de aquella época. En dicho contrato, se especificaba que los asientos y respaldos serían de madera de pino y que rodearían las cuatro paredes del refectorio, excepto, claro está, los vanos; y que los tableros de los respaldos estarían adornados con pilastras, frontispicios y pirámides labradas. 

Esteban Ramos construiría diez mesas de nogal, de nueve pies y medio de largas; o sea, de unos 2´70 m. de longitud: cuatro para cada lado del refectorio, una para el testero y otra par los pies del mismo. Cada mesa tendría debajo cuatro cajoncitos corredizos; y el recinto refectorial estaría circundado, junto a las paredes, por un estrado de madera, de medio pie de altura y de la anchura suficiente para colocar las mesas sobre él. De este modo, al no pisar directamente el frío suelo, los monjes no corrían el peligro de coger reuma en los pies. 

Finalmente, el arquitecto en madera haría dos puertas, a los dos lados de la mesa abacial y una ventanilla de comunicación con la cocina. Esas puertas se conservan todavía, aunque cegadas, lo mismo que el ventanillo arqueado.  El testero de este refectorio estaba en el muro sur; es decir, en el lado opuesto, a este escenario, al fondo del patio de butacas.

Al año siguiente del citado contrato, se formalizó otro, el 7 de diciembre de 1605, entre el nuevo fabriquero, Fr. Bernardo Pelegrín, y los maestros de albañilería, Pedro Piziña y Baltasar de León, vecinos de Tarazona.  Ambos se comprometieron a rebajar el suelo del refectorio, “ansí del viejo como del que se añade”, agregando a las cuatro columnas que sustentaban la bóveda y el edificio de arriba, “cinco cuartas de vara de medir paño, de piedra del Baño”. Además abrirían en la pared del refectorio, “hacia la parte que cae a Palacio”, o sea, en el muro del poniente, una ventana de tres cuartas en cuadro.  La obra se comenzó el lunes, 14 de diciembre de dicho año, y quedó terminada el 19 de enero de 1606, recibiendo por ella los constructores 50 ducados de a 11 reales, en moneda de Navarra; es decir, 550 reales de plata. En 1607, el piso del flamante comedor fue enlosado con azulejos, proporcionados por Juan de Arcos, vecino de Aguilar, el cual percibió por ellos 400 reales de plata, que le pagó el fabriquero Fr. Bernardo Pelegrín, según consta en un recibo, firmado el 4 de enero[1]. Este Refectorio nuevo sustituyó al viejo o medieval, cuyo local se conserva todavía, aunque bastante deteriorado, y es perpendicular a la galería sur del claustro bajo. Sus dimensiones son 20 m. de largo, 8 m. de ancho y 5 m. de alto.  Tenía cinco puertas; dos, al Norte; una, al Sudeste; una, al Nordeste, y otra al Oeste; y además, 12 ventanas abocinadas: 6 al Este y otras 6 al Oeste. Pueden ustedes verlo todavía, con permiso del Sr. Benigno Alfaro, en el antiguo Palacio Abacial.

Tanto el refectorio nuevo, como el viejo, tenían empotrados en el muro, del Oeste sendos púlpitos, desde los cuales el lector de turno, leía, en voz alta, durante las comidas, pasajes de la Biblia y de los Santos Padres. Junto a la puerta del nuevo, había una campana, para llamar a los monjes a comer. Con el transcurso del tiempo, el refectorio nuevo hubo de sufrir algunas reparaciones, como el derribo de una torre arrimada a él, así como el retejado, de los que se habla ya en un contrato del 23 de mayo de 1635, siendo abad, Fr. Plácido de Corral y Guzmán, contrato celebrado por el Monasterio, con los maestros albañiles de Aldeanueva de Ebro, José y Juan Ruiz, para la construcción del corredor del Arquillo y de otras obras importantes[2]. Así, pues, el Arquillo tiene ya cerca de 345 años.

El recinto del refectorio continuó ya, sin cambios importantes, hasta la expulsión definitiva de los monjes, el 21 de diciembre de 1835. Por cierto que, en el Inventario que se hizo entonces, se anotaron como pertenencias del comedor más de un centenar de objetos; entre ellos, 5 vidrieras, 11 mesas principales de pino, 6 botellas, 12 pares de vinajeras la campana de la puerta de entrada, 11 albornias (vasijas grandes de barro vidriado, a manera de tazones), 15 servilletas, 6 jarras, 11 manteles, un cuadro con un Crucifijo de lienzo, etc., etc.

Se extrañará quizá algún lector de que en el Inventario solo figurasen 6 jarras, 6 botellas, 11 manteles y otras pequeñas cantidades de efectos de uso corriente. Pero téngase en cuenta que, desde que Mendizábal dictó el decreto de supresión de las órdenes monásticas, el 11 de octubre de 1835, hasta el 13 de noviembre en que se comenzó a hacer el Inventario, los monjes y sus allegados tuvieron tiempo de sobra para retirar –y no es un reproche, sino una explicación– todos los objetos que quisieron.

Durante los diez años siguientes, el Monasterio quedó clausurado y prácticamente abandonado.  En vano el Ayuntamiento pidió con insistencia al gobierno de Madrid, en los años 1842, 43, 44 que le concediera el edificio, con todas sus dependencias, pues no lo consiguió, empeñándose el Poder Central en que dichas dependencias fuesen sacadas a pública subasta. De esa manera precisamente, se adjudicó, en 1845, a D. Juan Miguel Barbería el censo perpetuo de 1.092 robos y 7 almudes y medio de trigo que pagaba anualmente el vecindario al Monasterio, antes de la extinción; y esta fue la causa del primer avatar del Refectorio, pues lo compró también el Sr. Barbería y empezó a ser utilizado como granero del cereal, recogido por dichos censos.  El remate se hizo, el 15 de diciembre de 1845[3].

Mas tarde, ya a principios del siglo actual, el farmaceútico de la Villa y administrador de los herederos del Sr. Barbería, D. Fernando Palacios Pelletier, les compró el refectorio y lo convirtió en sala de espectáculos, con el nombre de Teatro Calatrava.

 

Teatro Calatrava

 

Su puerta de entrada estaba al fondo del Arquillo, junto a la de los colegios de las Monjas, y su estado era deplorable, pues se trataba de un salón enorme, frío y desvencijado, alumbrado por quinqués de petróleo y dotado de unas largas banquetas en las que se apretujaban los espectadores, como las sardinas de cubo. En un artículo de D. Rufino Maculet, titulado “Recuerdos de antaño”, publicado en el nº 45 del semanario (LA VOZ DE FITERO, correspondiente al 9 de febrero de 1913), cuenta que, varios años atrás, se celebró en este teatro una función, a beneficio de un pobre matrimonio de cómicos de la legua, cuyo marido se apellidaba Oliver, en la cual Florentino Andueza y “el célebre Barea” –ignoramos por qué sería célebre este fiterano, que, al parecer, residía en Cuba y venía, de vez en cuando, a España– representaron “De potencia a potencia”; Santos Liñan y Rufino Maculet, una obra del médico y escritor, D. Jose Zalabardo; la esposa de Oliver, el monólogo de Zalabardo, “Juez y parte” y el Foro el Chicho y Julián el Ponme cantaron fragmentos de ópera, acompañados con la guitarra por Florentino Andueza. El éxito no acompañó a los deseos de los desinteresados actores, pues no acudió mucho público y la función solo produjo en limpio 50 pesetas de beneficio, después de descontados los gastos.

Algunos años más tarde, D. Fernando Palacios acondicionó mejor el salón, dotándolo de alumbrado eléctrico y de butacas, y lo rebautizó con el pretencioso nombre de Teatro Moderno.  En realidad, no solo sirvió de teatro, sino ocasionalmente de cine y de baile de máscaras, durante los días de Carnaval. Entre las Compañías más destacadas que desfilaron por su escenario, figuró, en 1913, la del primer actor y director, José María Gil, con seis actores, cinco actrices y un apuntador, los cuales pusieron en escena los dramones que hacían furor en aquel tiempo: “Tierra Baja” de Angel Guinerá; “El Místico” de Santiago Rusiñol; “El Gran Galeoto” de José Echegaray; “El Nido ajeno” de Jacinto Benavente, etc.

El Teatro Moderno pasó a mejor vida, hacia 1915, al inaugurarse el flamante “Teatro Gayarre”, propiedad de D. Eloy Andrés, en la Calle Mayor nº 99, que era mucho más cómodo y elegante. Entonces el antiguo Refectorio del siglo XVI pasó a convertirse en almacén de yerbas medicinales; a saber, de las que recogía, guardaba y trituraba, después de secarse, Sixto Yanguas Grávalos, para la farmacopea de D. Fernando Palacios y de su hijo primogénito Luis, quien fundó en Madrid los Laboratorios Pelletier, en 1926.

 

Sala de baile

 

En los comienzos de la década de los 50, el antiguo comedor monacal sufrió un nuevo avatar, convirtiéndose en sala de baile. Pero solamente durante las Fiestas de la Virgen de la Barda.  Fue el famoso Salón Terpsícore –la musa mitológica de la Danza-, bautizado así por D. Fausto Palacios, quien lo arrendó sucesivamente a Generoso Andrés, a Felix y Florencio Martínez y a un forastero. Lo más sobresaliente de aquel bailadero ocasional fue la actuación de la orquesta pamplonesa, “Los Mirlos Blancos”, cuya pianista era Hilda Múgica Azcárate, y la designación de Miss Terpsícore o Reina de la Belleza, recaída sucesivamente en la Srtas. Josefina Remón y Ana Carmen González. Evidentemente el Salón Terpsícore no tenía porvenir, porque la veterana sociedad de baile “La Amistad”, fundada en 1934 y de la que salieron muchos matrimonios, vivientes todavía, acaparaba el resto del año a la mayor parte de la juventud fiterana.

 

Teatro-Cine Calatrava, 1955

 

En 1953, el Teatro Gayarre cerró definitivamente sus puertas y entonces D. Fausto Palacios, al no tener ya competidor en este terreno, se decidió a erigir el Teatro-Cine Calatrava en 1954. Fue el nuevo avatar del antiguo refectorio conventual. Por supuesto, en la erección, se conservaron las paredes maestras y la bóveda antiguas, y la nueva transformación se redujo únicamente, en el aspecto arquitectónico, a convertir en un vestíbulo con ambigú, la vieja cochera que lo ocupaba hasta entonces; a levantar dos pisos sobre este vestíbulo; a construir la fachada; a trasladar el escenario adonde está ahora; a abrir las puertas de acceso al vestíbulo y al salón, y a renovar el tejado. Se encargo de la albañilería Alfonso Fernández Ortega; de la carpintería, Carmelo Fernández Vergara; de la pintura, Domingo Carrillo Luis; de la escayolería, el tudelano José Calonge; y de la instalación eléctrica, el corellano Corpus Izal. El Teatro-Cine Calatrava fue inaugurado, el domingo de Pascua de Resurrección, 10 de abril de 1955, con la gran película de la Paramount “El mayor espectáculo del mundo”, de argumento circense.  El aforo del Teatro-Cine Calatrava era –y sigue siendo– de 300 butacas de patio y 78, de entresuelo, de 125 asientos de paraíso y de dos palcos de 6 asientos: uno para las autoridades y otro para la prensa.  En total, 515 plazas.

El Teatro-Cine Calatrava conoció una primera época, de relativo esplendor, y otra, posterior, de franca decadencia. La primera Compañía teatral que actuó en su escenario fue la compañía de zarzuelas de Antón Navarro, con cerca de 40 actores y una orquesta de 12 músicos; éstos últimos traídos de Pamplona. Pusieron en escena “Doña Francisquita”, “Katiuska”, “La Dolorosa”, etc. Más tarde, desfilaron por el mismo escenario, diferentes compañías de Variedades, como las de Pepe Mayrena, Paquito Jerez, Pepe Blanco y María Morell, Luis Lucena, Antonio Machín y otras más. En los últimos años de Don Fausto, el Teatro-Cine Calatrava llevó una vida lánguida, dedicado exclusivamente a pasar películas viejas; y al poco tiempo de la muerte de su propietario, ocurrida en enero de 1975, su viuda lo cerró y lo puso en venta.  Pero entretanto, el tiempo, las ratas y los gamberros hicieron en él destrozos a granel.

El último avatar del antiguo refectorio de los monjes lo conocen todos ustedes: el Ayuntamiento lo ha comprado en tres millones de pesetas y lo acaba de restaurar, habiéndose encargado de la albañilería Jesús Sainz; de la pintura, José Andrés; de la carpintería, los hermanos José y Domingo Yanguas; y de la iluminación eléctrica, Jesús Ayala. Se pretende que sea, no únicamente una sala de espectáculos que beneficie solamente a un empresario, sino un centro de irradiación cultural, en beneficio de todo el vecindario. Así sea.

Concluimos, invitándoles a poner en juego su imaginación, para responder en su fuero interno, a esta curiosa pregunta: ¿Cuáles serían las reacciones de los cuatro abades que intervinieron en la construcción de este antiguo refectorio conventual, si apareciesen, en estos momentos, entre nosotros...?  Señoras y señores: He dicho. Muchas gracias por su atención.

 

 



[1] Miguel de Urquizu. Protocolo de 1607. Folio 27. A. P. T. Sección Fitero.

[2] Urquizu. Protocolo de 1635. Folios: 61-62. A.P.T. Sección Fitero.

[3] Por 4.400 reales vellón, según José María Mutilva Poza. La desamortización eclesiástica en Navarra, p. 481, Pamplona 1972, que cita los Legajos 8-37 del Archivo de Hacienda de Navarra.


No hay comentarios:

Publicar un comentario